jueves, 15 de octubre de 2020

 


Mary Anderson, la mujer que inventó el limpiaparabrisas de los coches

Imagina tener que salir de tu coche cada vez que algo manchase la luna: lluvia, nieve, barro, polvo, algún insecto despistado, algún deshecho imprevisto… 

Estés  donde estés, sea verano o invierno,  la limpieza del cristal frontal es necesaria para la seguridad vial.

Hasta 1908, tranvías, autobuses, coches o cualquiera que fuese el vehículo, si disponía de luna, requería un mantenimiento constante ante condiciones climatológicas adversas, por lo que había quien se ofrecía a limpiarlos rápidamente a cambio de unas monedas y también quien debía autogestionar sobre la marcha la limpieza de su automóvil.

Fue precisamente observando al conductor de un tranvía que tuvo que detener el vehículo para limpiar el cristal, cuando una mujer pensó en una forma de cambiar las cosas. Ella era Mary Anderson y por aquel entonces tenía cerca de 40 años. Su solución era lógica y  práctica: había que automatizar aquella tarea de limpieza.

Anderson nació en Alabama en 1866 y trabajó durante casi una década en el ámbito de la construcción en Birmingham, hasta que en 1889 decidió trasladarse a California y probar con la ganadería y la viticultura. 

Durante un viaje a Nueva York  observó lo incómodo que resultaba un viaje en el que el conductor tenía que bajar del vehículo en varias ocasiones para mantener limpia la ventana frontal y asegurarse de que tenía buena visibilidad para conducir.

Con el objetivo de agilizar la tarea, Anderson pensó en cómo diseñar un dispositivo que permitiese lavar la ventana del vehículo controlándolo desde el interior. No era la primera persona en tratar de encontrar una solución al problema, pero sí quien presentó el diseño que haría Historia, aunque nunca llegase a reconocerse su apellido.

El resultado final fue un mecanismo en el que, al accionar una palanca integrada en el interior del coche, un resorte permitía mover en dos sentidos un brazo de metal que recorría el parabrisas y que se mantenía pegado al cristal gracias a un contrapeso, asegurando el contacto entre la escobilla y la luna.

El 10 de noviembre de 1903, Anderson consiguió patentar su invento. Dos años más tarde, ya mejorado, trató de venderlo sin éxito, al no ser considerado útil e, incluso, una distracción al volante.  Pronto, otros fabricantes comenzaron a imitarlo e incorporarlo a sus modelos, quedando huérfano el parabrisas, siendo de todos y de nadie en concreto y, su creadora, dueña de una patente caducada que nunca llegó a darle beneficio.


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